Mail que Alberto di Lolli nos envía anoche con permiso para transcribirlo en calamar2. Pulsa sobre la imagen para leer “Ébola: Siete días de crisis, siete días de errores”
El Gobierno de este santo país ha decidido, en una estrategia más de su gestión basura de una crisis sanitaria, cargar contra los fotógrafos y cámaras que estamos documentando lo que ocurre en el Hospital Carlos III de Madrid con el ébola. Mientras cada día retratamos cómo los médicos continúan trabajando con trajes que no son adecuados como ayer denunciaron los médicos de La Paz, nos acusan en una nota de prensa oficial de provocar que la persiana de la paciente tenga que estar bajada para preservar su intimidad. Diversos medios (como el ABC, El País o El Confidencial Digital) se han hecho eco de esta mierda (porque no merece el calificativo de noticia) sin ni siquiera comprobar cómo está la persiana, porque si hubieran ido al sitio verían que está permanentemente abierta y nos acusan de que Teresa no ve la luz del sol por nuestra culpa, lo que además de ser una gran mentira, es una grave calumnia.
Los medios que estamos ahí llevamos toda la semana sin publicar ninguna fotografía donde pueda verse a la paciente, pese a que se la puede ver, porque repito, la persiana en ningún momento está cerrada.
El Gobierno sin embargo no tuvo ningún problema en distribuir fotografías del sacerdote Manuel García Viejo, donde se le podía ver la cara perfectamente metido en su cápsula, cuando de lo que se trataba era de ponerse una medalla, por su gran operación de repatriación. ¿Y su derecho a la intimidad? Aquello sí que era noticia y a nadie parecía importarle la presencia de las cámaras. Ahora en cambio, como se trata de algo que es mejor esconder, porque hay una gestión mediocre detrás de este contagio, toca medrar contra el mensajero. Lo más triste es que sean los propios compañeros los que se apunten a esta campaña.
Un paciente aislado y en observación muestra su temperatura a las cámaras desde su habitación en el Hospital Carlos III de Madrid. © Pedro ARMESTRE
Creo que pocos ciudadanos se sienten tan cerca de Teresa Romero como nosotros que pasamos horas y horas observando un hospital en el que cada segundo se hace eterno. Vemos cómo Teresa bebe o conversa con los médicos, y nos llevamos una alegría; vemos cómo los sanitarios pasan tanto tiempo enfundados en esos incómodos trajes y son capaces incluso de bailar al son de alguna música que suponemos les hace más llevadero su quehacer en el laboratorio; vemos cómo el resto de pacientes aislados tratan de arrancar minutos con ejercicios a ese ingreso interminable; vemos cómo sonríen cuando al caer el sol reciben en el patio del hospital la visita de sus familiares; vemos cómo Javier sostiene en la mano unos papeles en los que imaginamos retiene con tinta las palabras que se le escapan al piso de arriba donde su esposa pelea como una jabata contra ese virus implacable; fotografiamos los mensajes que algunos de los ingresados hacen llegar al mundo cargados de alegría (como aquel cartón en el que uno escribió su temperatura). Y todo eso lo hacemos desde nuestro humilde oficio, ese que habla con la luz frente al silencio de la oscuridad. Los que no quieren que eso se vea, imagino que son los mismos que no darán la mano a los contagiados cuando salgan del hospital y por eso les provoca vergüenza o miedo ver sus rostros.
Cuando algún día_ finalmente ocurrirá, cada vez estamos más seguros_ Teresa salga por la puerta del hospital habiendo vencido a unos políticos que le lanzaron contra la muerte, pocos se alegrarán tanto como nosotros. No porque nos importe su intimidad. Sino porque nos importa que el dinero de nuestros impuestos llegue en forma de medios de primera a ese epicentro de la ‘medicina para quitarse el sombrero’.
Los médicos que tratan a Teresa Romero se ven a través de la ventana del hospital Carlos III trabajando con una indumentaria no adecuada para protegerse del virus al que se enfrentan. Pulse para leer: A la caza de la villana. © Pedro ARMESTRE
Aquellos que aburridos de su propia indolencia se dedican a la calumnia y el chascarrillo, bien podían salir a la calle a que el gobierno devuelva lo que se ha quitado a la cooperación internacional, pues otros muchos como Teresa (en 7000 se cuentan ya los ‘sin nombre’) agonizan mientras les mantenemos en la cuarentena del olvido.
2 Comment on “Carta desde el balcón, por Alberto di Lolli”
Emilio Morenatti
17/10/2014 a las 17:04
gracias por poner un poco de sentido común a toda esta locura Alberto. Mira todo lo que nos queda por aprender http://time.com/3516595/ebola-nurse-video-pham/
Pepe Andrès
16/10/2014 a las 17:13
Ya lo he comentado esta mañana por facebook, pero como toda esta mierda me encabrona un poco, insisto. Cuando las cosas pintan mal, contra el primero que cargan es contra el mensajero, pero cuando pintan bien, pierden el culo por tener delante a todos los mensajeros posibles e incluso se dan codazos por salir en la foto…. malditos hipòcritas!!!