Salva no pone excusas para justificar por qué durante años fue adicto a la cocaína, pero cuando repasa lo duro que ha sido su vida se puede hacer entendible que quisiese buscar evasión. “Mi madre es indigente y no tengo a nadie más. Estoy solo, tengo una situación muy complicada”, cuenta, sin perder el ánimo y la sonrisa. Salva salpica con su espíritu bromista las tareas que realizan los internos en la comunidad terapéutica La Coma, en Monistrol de Montserrat (Barcelona), mientras hace planes sobre los estudios que quiere realizar cuando termine la rehabilitación.

“He ingresado aquí por voluntad propia, porque quiero tomármelo en serio y luchar. Antes de llegar aquí mi vida no tenía rumbo, ni valores”, explica. Salva tiene 33 años y se enganchó a la cocaína con 18 cuando salía de marcha con los amigos. Ahora quiere dejar atrás esa etapa y tiene unas metas muy marcadas. “Quiero hacer las pruebas de acceso para la universidad para mayores de 25 años. Soy un médico frustrado pero estudiar medicina es una opción muy alta. Mi idea es estudiar la carrera de Psicología, me motiva mucho”, afirma. Para no volver a las andadas, sabe cuál es la clave: “Para no recaer en la adicción hay que poner muchos límites al entorno. Yo tengo que andar con cuidado porque soy una persona muy extrovertida y me gusta mucho agradar a los demás”.