Los cascos azules en el terremoto de 2010. © Susana Hidalgo
TEXTO Y FOTOS: SUSANA HIDALGO // Llegaron con sus camisetas llenas de logotipos, sus promesas de que iban a transformar el país y sus intereses camuflados de buenas intenciones. El terremoto que hace cinco años sacudió Haití llenó el país de ONGs que convirtieron la capital, Puerto Príncipe, en el circo de la solidaridad. El país más pobre del mundo se convirtió en un desfile de vehículos todoterreno, seguidores de la Iglesia de la Cienciología, voluntarios vestidos a lo Indiana Jones, religiosos, universitarios estadounidenses y decenas de ONG venidas de todas partes del mundo. A un aeropuerto saturado se le sumaron aviones privados de celebridades como Julio Iglesias o John Travolta, que se sumaron al turismo catastrófico.
Ocurrió en enero de 2010. Entre el desconcierto hubo organizaciones que trabajaron con eficacia, como Médicos sin Fronteras o Unicef, y otras, muchas de ellas de corte religioso, que aprovecharon la coyuntura para sacar partido de la población haitiana. Ahora, cinco años después, decenas de miles de personas siguen sin hogar “y las fallidas políticas gubernamentales, los desalojos forzosos y las soluciones a corto plazo han defraudado a muchos de quienes lo perdieron todo en la catástrofe”, denuncia Amnistía Internacional en un informe.
Estado del cementerio de Puerto Principe días después de producirse el seísmo de 2010. © Susana Hidalgo
Cuando aquel 12 de enero de 2010 la tierra se abrió, miles de personas perdieron su hogar y tuvieron que irse a vivir a los campamentos que de manera improvisada fueron surgiendo por toda la ciudad. Puerto Príncipe se convirtió en una ciudad fantasma, donde el polvo y el olor a muerte impregnaron el ambiente y donde muchas personas enloquecieron porque se quedaron sin nada. No había descanso, no había comida ni agua. Los que sobrevivieron al temblor pasaban las horas haciendo cola ante los camiones de ayuda humanitaria para conseguir un puñado de arroz o rezando a sus muertos en los desbordados cementerios. Seis meses después llegó un brote de cólera, como si el país no hubiese tenido suficiente con una plaga.
Aglomeraciones para recibir ayuda. © S. H.
La situación apenas ha cambiado y la ayuda al desarrollo que recibió Haití “no se ha transformado en soluciones de alojamiento seguro a largo plazo”, señala Amnistía Internacional.“Muchas personas que lo perdieron todo en el terremoto han sido obligadas a dejar los campamentos. Otras están expuestas a la larga a quedarse sin hogar y en la miseria, ya que los programas de apoyo económico de los donantes internacionales están empezando a agotarse”, explicado Chiara Liguori, investigadora de esta organización. Unos 85.432 haitianos viven en un total de 123 campamentos y en muchos de ellos las condiciones de vida son extremas. Por ejemplo, una media de 82 personas tienen que compartir un mismo aseo.
En enero de 2010 el foco mediático se posó sobre Haití y la ayuda humanitaria fluyó en abundancia. En el caso de España, hasta Puerto Príncipe se desplazaron varios políticos, incluida la vicepresidenta del Gobierno entonces, María Teresa Fernández de la Vega. El tiempo ha demostrado que muchos de esos proyectos solo fueron un parche. Como pasa con la mayoría de las tragedias, el interés fue disminuyendo. Ya son pocas las ONG que siguen en el terreno. Datos del Comité Internacional de la Cruz Roja y de las Naciones Unidas señalan que cerca de tres millones de personas aún sufren las consecuencias de la catástrofe.
El puerto de Puerto Príncipe, en los días posteriores al seísmo. © Susana Hidalgo
Hoy, 12 de enero, se cumple el quinto aniversario de una tragedia que se llevó la vida de 220.000 personas. Por un momento, las luces volverán a encenderse. Luego se fundirán en negro para dejar de nuevo a los haitianos en el olvido.