SUSANA HIDALGO // “No hay que olvidar a la familia y seguir subiendo fotos”, reza una de las últimas entradas que ha escrito en su muro de Facebook Almamy Haidara, maliense de 23 años y residente en Madrid. Acompañando al texto, Almamy ha subido también una foto suya, sonriente, sentado en un sofá. “Así mis hermanos en Mali pueden ver que estoy bien”, cuenta este chico subsahariano, que llegó a España en patera siendo menor en 2006. Para él, las redes sociales son tan importante en su vida que sentencia serio: “Sin Internet no podría vivir”.
Un inmigrante atrapado en Marruecos e intentando llegar a Europa consulta su telefono móvil. (c) Pedro ARMESTRE
Dramas aparte, lo cierto es que la expansión de las redes sociales ha trastocado totalmente el panorama migratorio y la relación con los países de origen y las familias. Hace 20 años, un inmigrante podía tardar meses, años, en contactar con sus familiares. Ahora internet, Skype, Twitter pero sobre todo Facebook permiten a los inmigrantes informar al minuto de cómo es su día a día. Salah, marroquí de 28 años, recuerda que cuando llegó a España, hace 11 años, tenía que llamar desde una cabina telefónica de Madrid a la única cabina que había cerca de su pueblo, Foumjemaa. Si había suerte y alguien contestaba, tenía que esperar horas a que esa persona localizase a alguno de sus familiares. “Me sabía de memoria ese único número de teléfono, pero cuando llegué a España, tardé cuatro meses en poder comunicarme con mi familia y contarles que estaba bien”, explica. Ahora, a través del teléfono móvil, Salah manda mensajes a su país practicamente a diario.
El cambio positivo que está ejerciendo Internet en el llamado síndrome de Ulises que sufren los inmigrantes tiene una doble vertiente, por un lado les permite mantener contacto con las familias y por otro, ya incluso en el país de origen, pueden conocer perfectamente cuál es la realidad europea. El pasado noviembre, un grupo de inmigrantes subsahariano que esperaba en Marruecos la oportunidad para saltar la valla de Melilla, sabían al detalle gracias a Internet cuál era la situación económica en España y afirmaban que preferían emigrar a Alemania o Suecia.
Un grupo de inmigrantes subsaharianos llega a las costas españolas en una embarcación de pesca tradicional el 16 de marzo de 2006. (c) Pedro ARMESTRE
Adela Ros, experta en inmigración de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) lleva cinco años estudiando desde el Internet Interdisciplinary Institute el fenómeno de la tecnología y su influencia en la vida de los inmigrantes.”Se acabó lo de emigrar y no poder conectarse, ahora se produce una continuidad y los inmigrantes no tienen que romper con el origen”, señala Ros. Ella pone como ejemplo que se ha encontrado con mujeres migrantes bolivianas muy motivadas con las tecnologías porque estas les permiten, por ejemplo, seguir educando a sus hijos en la distancia. “Las redes tienen un potencial enorme para ellas. Pones algo en Facebook y al instante lo ve alguien en la otra parte del mundo”, señala Ros, que también quiere indicar que, a pesar de los avances, todavía existe una brecha digital con los inmigrantes en situación más precaria.
Almamy tiene más de 200 amigos en Facebook, la mayoría malienses. “Entro a ver internet cinco veces al día como poco. Subo fotos, escribo. Lo malo lo oculto, solo cuento lo bueno”, explica. Almamy también busca trabajo en la red y conoce de sobra las webs especializadas en empleo. Este chico de Malí vive en casa de Javi Baeza, párroco de Vallecas (Madrid) que lleva años acogiendo en su domicilio a personas necesitadas. Baeza ha podido comprobar ese cambio generacional en el uso de las redes, en casa tienen un ordenador donde poder consultar el correo electrónico o Facebook. Yoro, de Gambia, también vive con Almamy y con Baeza y cuando se le pregunta qué es para él internet contesta sin dudarlo: “Todo”.
3 de enero de 2013: Almamy se fotografía en el aeropuerto de Barajas antes de partir por unos meses a Malí y sube la foto a Facebook con este mensaje: “Hola, estoy a punto de subir en el vuelo, os dejo aquí y hasta siempre, amigos”. Abril y mayo de 2013, el fotoperiodista Marcos Moreno cuelga en su muro de Facebook fotos de llegadas de embarcaciones a Tarifa, y varios inmigrantes le dan las gracias por compartir la imagen y reconocen en ellas a amigos y familiares. La página de Facebook de Moreno se ha convertido en un punto de encuentro para la inmigración llegada a Tarifa. “Quiero que mi trabajo sirva para ayudarles”, sostiene este reportero, que recientemente ha participado en Madrid en un taller sobre periodismo y migración organizado por el Instituto Panos. Salvamento Marítimo también cuelga en su página de Facebook imágenes de pateras y en ellas también ciudadanos subsaharianos están dejando sus comentarios.
Un inmigrante es atendido tras llegar en un cayuco a la isla de Tenerife el 18 de marzo de 2006. (c) Pedro ARMESTRE
Una encuesta realizada en 2010 por la revista Toumai señalaba que el 93% de los inmigrantes en España tienen perfil en Facebook y más de la mitad de ellos revisan su perfil a diario. Al 64% le gusta esta red porque le permite estar en contacto con su familia fuera de España, aunque muchos también la utilizan para hacer nuevos amigos o para leer noticias.
“Hace años un inmigrante podía tardar un año, año y medio en contactar con su familia y ahora está mandando un mensaje nada más aterrizar en Barajas”, resume Juan Iglesias, director del master de Cooperación Internacional de la Universidad de Comillas. Para él, las redes tienen otro elemento positivo: permiten a las personas doblar la personalidad y recuperar el estatus que tenían en el país de origen. Por ejemplo, una mujer ecuatoriana que fuese clase media en su país pero aquí está limpiando casas, puede seguir manteniendo esa clase media cuando habla con sus amigas en origen, sobre sus gustos o planes de futuro.
Pero Iglesias también alerta sobre la falta de intimidad en las redes y cómo eso puede generar en problemas. En Estados Unidos trascendió hace unos años que había ciudadanos investigados por los servicios de Inmigración a través de la información que publicaban en Facebook. En contra se alzaron voces como la Fundación Frontera Electrónica de San Francisco, que denunció a las autoridades por falta de ética. “La gente ha aprendido a ser prudente, porque saben que si no, lo pueden pagar y caro”, concluye Iglesias.