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Conocen a la perfección el impacto de las llamas en la naturaleza porque lo viven muy de cerca gracias a su trabajo. Hemos preguntado a un grupo de trabajadores del ámbito forestal qué evoca para ellos la palabra fuego.
-Francisco Gil, cabrero de Málaga: “Problemas, un incendio nada más que acarrea problemas. Se termina todo, lo que queda es ceniza, no trae buen camino, la palabra candela como que no, nunca trae nada bueno, no tendría que existir”.
-Juan Carlos Olalla, responsable de la Unidad Militar de Emergencias (UME) de Valencia: “El fuego es un elemento y está ligado al hombre. Para los que trabajamos en la extinción de los incendios forestales el fuego es parte de nuestro trabajo”.
-Rogelio Jiménez (técnico Medio Ambiente Junta de Andalucía): “Cuando veo una zona quemada es tal la congoja que siento que no la puedo expresar, es como si hubiese perdido a alguien de mi familia. Yo me pongo malo cada vez que veo un incendio, y eso que no estoy extinguiendo”.
-Amancio Guerrero (responsable parque de Bomberos área Vinalopó-Alicante): “La palabra fuego me evoca muchas cosas bonitas, nos da calor, nos ayuda a cocinar. Pero me evoca tristeza cuando no es un fuego, sino un incendio, incontrolado en el tiempo y en el espacio. Me gusta el fuego pero no me gusta el incendio”.
Bomberos del parque del área operativa de Vinalopó, Alicante trabajan en la extinción del incendio de Torremanzanas la noche del 13 de agosto de 2012.
La vida de Amancio Guerrero está llena de contrastes: una semana está inmerso en la lucha contra un gran incendio forestal jugándose la vida y otra está dando charlas tranquilas en los colegios para concienciar sobre la importancia de la prevención. Amancio, de 54 años, es bombero, suboficial jefe del área operativa de Vinalopó (Alicante) y recalca que son igual de importantes los meses de verano en los que él y sus compañeros no paran, como los días de guardia en el parque de bomberos dedicados a limpiar y a colocar. “Para ser bombero hay que tener buena predisposición a trabajar sin recibir nada a cambio”, cuenta mientras pasea por el parque de bomberos de Elda.
Amancio tiene bajo su responsabilidad un territorio de 1.500 kilómetros cuadrados, 18 poblaciones con 250.000 habitantes. En una zona, la Comunidad Valenciana, que con las altas temperaturas se convierte en un polvorín. “Hay zonas en las que tardamos en llegar una hora y media”, advierte este bombero. Él lleva más de 30 años en la profesión, y desde la experiencia señala que lo más importante es aprender de los errores. “Hay que ir de fracaso en fracaso sin desesperarnos, para aprender”, agrega.
Amancio fue uno de los mandos responsables que tuvo que afrontar uno de los incendios más virulentos que se produjeron en 2012, el de Torremanzanas (Alicante), en el que murieron dos personas (un brigadista y un agente medioambiental) y en el que resultaron calcinadas más de 600 hectáreas.
Imagen aérea de las consecuencias del incendio de Marbella, en Málaga a principios de septiembre de 2012.
“En el incendio de Torremanzanas se cometieron errores que nos deben hacer pensar qué no debemos hacer. Antes de hacer una cosa hay que ver qué queremos, cómo lo queremos y cómo se va a comportar. Si no, es mejor no hacerlo”, sentencia Amancio. Y pone ejemplos concretos: “Nunca tenemos que meter personal en el frente de incendio si no tenemos clara la vía de escape, siempre tienen que ir por los flancos y nunca en el frente de llamas. Y hay que trabajar siempre con los medios aéreos“.
Los dos compañeros murieron, pero el resto tuvo que seguir luchando contra las llamas. “Nosotros tenemos que seguir trabajando, no podemos decir nos vamos a casa y que vengan otros. Es muy difícil decidir a quien retiro y a quien no”, recuerda este bombero, que intenta en esos momentos desconectar y no pensar en lo ocurrido. “Pero es muy difícil trabajar en un incendio de esa envergadura en el que tú te podías haber quedado dentro”, concluye.
El incendio de Torremanzanas fue uno de los 15.902 incendios forestales que se produjeron en España en 2012 y que afectaron a más de 200.000 hectáreas. Expertos medioambientales califican el año pasado como uno de los peores. En la isla canaria de La Gomera, por ejemplo, se quemó el 11% de la masa forestal. En la provincia de Málaga ardieron a finales de agosto más de 8.000 hectáreas y una persona murió como consecuencia de las llamas. Pero una vez pasado el incendio y el desastre, el principal escollo es la dificultad de encontrar a los culpables (el rastreo de pruebas tras un fuego es alto complicado) y luego que estos reciban una condena por los hechos.
Miguel Ángel Soto, responsable de la campaña de Bosques en Greenpeace señala que hay que diferenciar, primero, entre pirómano (persona que sufre una enfermedad mental que le hace sentir atracción por el fuego hasta el punto de provocarlo) y el incendiario, que no sufre ninguna enfermedad sino que provoca el fuego de manera inconsciente o consciente para provocar algún tipo de daño, por ejemplo, a causa de una disputa por unas tierras. “El problema viene después, una vez detenidos. El jurado popular es el que juzga este tipo de casos y tiende a absolver por falta de pruebas”, señala Soto. En las zonas rurales, además, a veces hay complicidades entre los vecinos para no delatarse, “porque el fuego no se percibe como algo negativo”.